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«Si nos preguntaran cuál es el beneficio más precioso de la casa, diríamos:

la casa alberga el ensueño,
la casa protege al soñador,
la casa nos permite soñar en paz»

La poética del espacio, G. Bachelard

Es vox populi que La Posada es la casa más antigua de Galaroza. Pero nadie conoce su antigüedad real, más allá de ser dato público que los primeros repobladores cristianos medievales se asentaron en el barrio de Los Riscos, donde este edificio se ubica. En 1993 una familia venida de Sevilla la tomó para su recreo en este pueblo serrano y sus parajes de espesos bosques. Poniendo medios de urgencia para detener su decadencia. Dos décadas más tarde, fue el emplazamiento elegido por inN arquitectura para su estudio y residencia, dando así inicio a la etapa más reciente en la centenaria historia de este emblemático caserón serrano.

Qué duda cabe que abrir en 2012 un estudio con vocación contemporánea en un pueblo de serranía fue una decisión arriesgada. Una difícil empresa que defendimos a base de tesón y perseverancia. Apoyándonos en herramientas ya entonces cotidianas, comprobamos que una localización céntrica se nos hacía cada vez más irrelevante. Los sistemas de reparto, transporte y comunicación hacen viables opciones profesionales en lugares antes insospechados. Lugares de inmejorable calidad ambiental, que abren canales a una creatividad nueva, inspirada y nutrida en la tradición.

Un espacio en el que habitar y trabajar se presta, cuando el oficio es el de arquitecto, a una reflexión sobre los procesos detrás de lo creativo y lo cotidiano y, lo que es más importante, las transferencias entre ambos. El trabajo en casa se desembaraza hoy de la carga peyorativa de otros tiempos. Más allá de la comodidad de dar un salto al escritorio o a la nevera para un tentempié de media mañana, sobran los motivos para traer el trabajo a casa —aunque de ser fieles a nuestra historia, en realidad trajimos la casa al trabajo—. Pero no todo son ventajas, en el debe está la dificultad de trazar la fina línea que mantiene a raya las inevitables disputas domésticas, o evitar que las confortables transferencias no terminen por convertirse en interferencias cronificadas.

Todas estas cuestiones fueron debatidas en el desarrollo de la propuesta. Finalmente entendimos que el resultado vendría dado por nuestra actitud ante la vida y la profesión ¿Es el oficio del arquitecto-diseñador un sustento o una actitud existencial? En nuestro caso estaba claro. En todo momento quisimos evitar cesuras, aunque la dualidad fuera clara, nos decantamos por espacios ambiguos en las zonas de tangencia, como la entrada/zaguán o la sala multifuncional de la planta superior. En planta, las zonas de trabajo, de orientación transversal, se cruzan con las domésticas, claramente longitudinales, por su orientación al corral. Las líneas se cruzan en un contacto intencionado. Más aún, las estancias se pueden adecuar según el devenir personal y profesional. Como un salón que se adapta como espacio expositivo, o un despacho que se torna dormitorio principal.

Para este propósito La Posada resulta ser el continente idóneo. Su esquema rudo, al tiempo que generoso y sincero, se presta gustoso al baile de estancias. Su diversa espacialidad, desde lo más recóndito de la bodega, hasta la desnuda materialidad del doblado, es materia prima para la exploración creativa y la sorpresa en el hallazgo. Encontrar un uso a todos ellos condujo a una inesperada reflexión sobre el proceso creativo, tanto en sus automatismos como en los estados de ánimo que lo gobiernan. En ejercicio de introspección se desmenuzan los pasos que van desde la comunicación del encargo hasta la exposición de resultados. Un recorrido, en ocasiones tormentoso, que oscila entre el trazo inconsciente –recordemos a Aalto– hasta la precisión entintada del ingeniero. Aquí concretado en cuatro pasos, cada uno de ellos asignados a las tres plantas físicas de la casa y a la imaginaria del corral.

Previo incluso a la experimentación, hay en la creación algo subterráneo, pasional e inconfesable. Sensaciones que anidan bien en entornos abstractos, primitivos y envolventes, como en la oscuridad de la bodega. Por qué no dejar de pensar en ella como un rincón insalubre en busca de redención y reconocerla como lo que es: un puente al subconsciente. Fue Bachelard quien habló del sótano como del «ser oscuro de la casa»: «en el sótano las tinieblas subsisten noche y día. Incluso con su palmatoria en la mano, el hombre ve en el sótano cómo danzan las sombras sobre el negro muro». Sombras danzantes, oquedades cavernosas, imágenes todas que nos retrotraen a los orígenes de la creación. Esta reinterpretación de la cuadra, nos permite repensar el resto de la bodega, la que fuera posada de arrieros, contrabandistas y caminantes, como un nodo de socialización en torno a la artesanía, las artes y la cultura en general. Recuperando así su vocación pública.

La experimentación en cambio exige luz, en abundancia, y volumen. En el doblado, la gran sala multifuncional, de una diafanidad tan sólo interrumpida por un viejo horno de barro, es el ámbito que mejor reúne los requisitos. En ella todo se antoja posible: testar materiales, poner a prueba intuiciones, explorar talentos ocultos, reafirmar al equipo, la simple elucubración… En suma, un taller de ideas, en el sentido amplio de la expresión. Es por esto importante que esté en relación de contigüidad con el ámbito del despacho, que es donde se muestra la sintetización y maduración del concepto.

Pero sería injusto concluir aquí la descripción del proceso. Entendemos que los resultados más fértiles se alcanzan solo mediante ciclos de retiro-retorno. Esto es, a toda fase intensiva ha de seguir una de desconexión. La práctica de la descompresión es tan indispensable como saludable. No es del abandono de lo que hablamos, sino de un otium, tan gratificante como útil, cultivar una afición, una ocupación placentera y llevadera que amenice la mente con inquietudes tan solo en apariencia alejadas. Aquí es la horticultura, que localizamos en esa crujía intuida y casi trazada en el aterrazamiento del corral.

Y con todo esto, presente y tenaz, ruidosa y constante, rutinaria y sorprendente, se entreteje la vida. De nuevo La Posada nos da el pie, como el buen actor que recita las primeras palabras para que el compañero continúe el texto. Un luminoso corral atrae vigoroso las estancias de uso diurno. Se trata aquí de una lectura transversal de la casa, que abre espacios, en una relación de continuidad que salva, con gradas habitables, el desnivel que ha impedido un encuentro largamente anhelado. La ubicación de la cocina, el comedor, baño y dormitorio principal responden a la misma estrategia, de manera que la mayor parte del programa residencial se concentra en la planta intermedia.

Junto con el corral, el otro rasgo definitorio de La Posada es la cota variable de la calle, que deja, hacia el fondo de la parcela, una planta completamente enterrada. Estas dos características definen usos adicionales que se superponen al ciclo circadiano. Si el corral, luminoso, verde, jovial, es estival, la bodega, oscura, constante, a refugio, de imponente chimenea, tiene, en el crepitar de la leña, atributos invernales. Ambos, en su naturaleza propia, son los espacios expansivos naturales del hogar.

Fotografías ©Manolo Espaliú

La rehabilitación de La Posada tomó cinco años, un proceso largo y arduo en el que cada decisión fue fruto del cariño y la precisión. En este tiempo no ha habido superficie por la que no haya pasado una mano humana, una o varias veces. Como si de una gran carena se tratase, enteros tramos de forjados fueron retirados, sus elementos acopiados, revisados, seleccionados y recolocados. Todo aquello que de valor en ella había, fue reutilizado en el mismo lugar o en otro en que fuera de utilidad.

En tiempos en los que el lenguaje de la sostenibilidad es koiné, no podemos dejar de incidir en que el material más sostenible es el que no se usa. Forjados completos se realizaron con madera recuperada de la misma casa, tanto vigas y rollizos como alfarjías. Las piedras de la demolición se usaron para recrecer el hastial o el muro del corral. Las baldosas de barro para regularizar los tapiales o pavimentar el corral. Los ladrillos de taco se guardaron para recrecidos o reparar el horno de pan. Las cubiertas conservan aún su vieja teja curada con sol y lluvia. Incluso las puertas de paso se emplearon para mobiliario.

Entre los inevitables materiales de aportación sobresalen la madera, la teja cerámica y las baldosas manuales de barro. Según la obra avanzaba ganaron fuerza los morteros de cal y otros conglomerados tradicionales. Pudiendo decir, sensu stricto, que la última fase de la ejecución se desarrolló íntegramente bajo criterios de arquitectura ecológica. La reparación de los tapiales del doblado se hizo con mortero de cal y el pavimento es un suelo continuo de barro realizado a partir de tierras de Valdelarco, el pueblo vecino. Los profusos panelados de madera, elaborados por las manos expertas de los carpinteros de Galaroza, no hacen sino ahondar más en la senda hacia la autenticidad.

Un lustro da para multitud de situaciones. Sería tentador dividir el proceso en cuatro proyectos, tres por cada planta y uno por el corral. Pero la realidad es que toda decisión responde a una sola premisa rectora: leer cada espacio como versos de un poema. Buscando, en todo lugar, el conjunto más armónico de soluciones, sin histrionismos vacíos de contenido, hilvanando con coherencia los solapamientos propios de una casa-estudio. Dividiendo lo menos posible, entendiendo la casa como un gran prisma trapezoidal de habitar compartido.

El tour de force de esta gran carena  entrega a la casa una generación o dos más de vida para albergar el ensueño de sus habitantes. Sabemos bien que no está acabada, y es bueno que así sea, todo ha sido tan solo una página más en sus siete siglos. La viviremos mientras queramos, o podamos, para dejarla en manos del siguiente posadero. Tal es el sino de esta casa.